martes, 9 de octubre de 2007

2.- LA VENTANA DEL PISO TRECE

Capítulo 2. Imposible de creer
Los tres niños estaban paralizados; el espectáculo a través de la ventana era de pesadilla. Un caballo gigantesco se erguía a pocos metros de la habitación, tenía el aspecto de estar moldeado en arcilla roja y lucía alas de amarillo transparente como el cristal. El animal se movía con soltura y sus ojos de vidrio los miraban con insistencia; parecía esperar algo.
Tomás, el más pequeño, dijo:
-¿Qué quiere?
Pablo abrazó a su hermano y aventuró:
-Nos llama, mira como retrocede y levanta la cabeza. No es agresivo, está un poco asustado.
Susana intentaba llamar por teléfono, fue inútil, entonces dijo:
-¡No salgan! Esperemos aquí dentro, ese caballo es muy grande; podría ser peligroso
Preocupada miró a su alrededor y pensó:
-Se está haciendo oscuro aquí dentro. La luz eléctrica está fallando..
Tomás observó:
-Desea ayudarnos. Si quisiera hacernos daño, podría aplastar nuestro cuarto, tiene cascos muy grandes.
Susana y Pablo se sintieron inseguros en la habitación, estaba muy oscura y fría. Sin hablar, luego de mirarse un momento, comenzaron a emerger por la ventana, transportando a su pequeño hermano Tomás.
Una vez fuera quedaron convencidos de la intención del caballo: los esperaba. La grama estaba hundida por los colosales cascos, los tres niños podrían caber en sólo una de las huellas; dieron cortos pasos hacia el corcel, éste bajó la cabeza y se arrodilló en las patas delanteras, luego extendió una de sus formidables alas de vidrio, hasta tocar el suelo; los niños entendieron la invitación a usarla como escalera hasta su lomo.
Subieron despacio, sin quitar la vista sobre los ojos del caballo, el cual seguía mirándolos con tranquilidad. Al sentarse en el amplio lomo, sintieron la tibieza del gran cuerpo, como si hubiera salido hace poco del horno de un alfarero. Los movimientos del animal no agrietaban su piel, la especie de rojiza cerámica era muy flexible. El grueso pelo y crines, respondían al tacto casi como reales; pero no engañaban, el material era algo muy parecido a la arcilla horneada.
Apenas se sentaron, el caballo extendió las alas y despegó del suelo; flotó, como un globo de feria. Sin ningún esfuerzo, con apenas un fácil movimiento, ganó altura y dio un completo giro alrededor del sitio donde quedó el cuarto de los niños. Desde lo alto, pudieron ver detalles de la enigmática torre, la cual, con aspecto de cilindro perfecto, de dorada roca, se erguía muy por encima de de la selva.
Susana, acostumbrada a hacer cálculos mentales, dedujo:
-No parece natural, debe tener más de quinientos metros de altura. Es demasiado simétrica y lisa, se podría confundir con un rascacielos.
Fue ahora cuando repararon en el sol, más bien una luna gigantesca y borrosa. Su color se confundía con el cielo.
Susana miró hacia atrás, la torre dónde yacía la habitación, parecía una larga estaca amarilla, clavada en una planicie de selvas y sinuosos ríos. Los lejanos cerros, estaban azulosos por la distancia; al lado opuesto del horizonte, un paisaje los asombró por lo diferente en aspecto: era un pedregoso e infinito desierto. El corcel volador y los niños, parecían estar en la frontera entre dos geografías sin relación. El caballo, luego de completar un amplio giro, voló hacia el desierto.
Volaban muy rápido, adentrándose sobre la plana inmensidad; la cabeza del animal los protegía de la fuerza del viento. Cada vez estaban más arriba y continuaban ascendiendo; los detalles del terreno en el desierto eran menos visibles. Susana se dijo:
-Esto parece un avión; estamos a kilómetros de altura. Es extraño, la atmósfera aún tiene mucho oxígeno, no sentimos falta de respiración ni el corazón acelerado. El caballo se mueve casi sin mover las alas y no tenemos sacudones de aletazos, sin cinturones de seguridad nos caeríamos.

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