
El niño sacó un cuaderno para dibujarlo.
—No te muevas —dijo, mientras realizaba con rapidez los primeros trazos.
— ¿Quieres que sonría? —oyó decir a una voz suave y ronca.
— ¿Una lagartija que habla? —casi gritó sorprendido.
— ¿Qué tiene de extraño? Tú también hablas. Y no soy una lagartija, soy un dragón.
El niño se recuperó de la sorpresa y se acercó algo más.
—Hablo porque soy un niño. Tú eres un animal y los animales no hablan. ¿En verdad eres un dragón?
— Sí. Un dragón pequeño que habla.
— ¿Cómo te llamas?
—Me llamo Ulsen.
— ¿Ulsen? No parece nombre de dragón, dan ganas de reír, pero no lo haré.
— ¿Y cómo debe ser el nombre de un dragón, niño sabelotodo?
—Creo que debe ser sonar fuerte, con varias letras R y alguna K, o varias que hagan saber que es el nombre de un dragón.
—Esa es tú opinión, pero me llamo Ulsen y me gusta mi nombre.
—No discutamos Ulsen. Ya te dibujé. Te invito a mi casa, pero no hables, asustaras a mi familia.
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